La doncella
A Ricardo Llamas,
Carlos Troche
y Yolanda Barrios
23
de marzo:
El vuelo con destino a Ciudad de
México partió desde Bogotá a la 1:15 a.m. Tuve que estar en el aeropuerto un
par de horas antes. No hubo grandes despedidas, lágrimas o abrazos. Mis papás
me dejaron en la entrada de El Dorado y siguieron su marcha. No aprueban mi
viaje en lo absoluto. Siento envidia por todas esas personas que tienen a
alguien que les diga: “adiós, cuídate mucho. Te deseo un feliz viaje. Te estaré
esperando”.
En el avión repartieron sándwich de
pollo y gaseosa. Hubo tanta turbulencia que no pude pegar el ojo en toda la
noche. Igual no me hizo falta, soy de sueño ligero y rara vez duermo más de
tres horas.
A las 5:00 a.m. (hora mexicana) me
recibió Ernesto, me llevó a su ‘depa’. El lugar consta de dos pisos conectados
por una escalera de madera, sin barandales, cuyo color caramelo contrasta
perfectamente con las paredes blancas de la sala. Hay tres cuartos grandes, dos
de ellos tienen una cama, mesa de noche y armario; el cuarto restante está
lleno de libros, tiene un amplio escritorio en el cual reposa una Underwood portátil de 1926.
Dormí dos horas y Ernesto me invitó
a desayunar a un puesto de tortas de jamón. Pedí una Napolitana con un refresco
de lima. Él se fue a trabajar y yo me quedé en la estación del metro, en
Copilco. Fui a conocer el Palacio de Bellas Artes (por fuera). Entré a la
librería Gandhi, que queda al frente, y compré dos libros de Élmer Mendoza: Un
asesino solitario y Firmado con un klínex.
Di vueltas por la Avenida Juárez y
luego por la Calle de Tacuba hasta Zócalo. Es imponente. Almorcé cualquier cosa
en una pequeña tienda que estaba en la Avenida Francisco Madero con la 5 de
Febrero. Regresé a la estación Hidalgo y me dirigí hacia Universidad. En la
salida del metro me esperaba Ernesto para ir a cenar. Llegamos tarde a casa y
caí como una piedra. Creo que olvidé tomar mi medicina.
Nota: en Gandhi compré esta libreta
en la cual anotaré los detalles más relevantes de mi viaje. A alguien por quien
siento muchísimo aprecio le escuché decir una vez: “a donde vayas, lleva lápiz
y papel”.
24
de marzo:
La idea de este viaje es
concentrarnos en la realización del guión de una película que estamos trabajando
con Ernesto. Hay una productora gringa que hizo todo el contacto con los
mexicanos y ellos, por medio de Ernesto (quien es el director y además escribe
conmigo el guión), me han traído hasta aquí para ultimar detalles y hacer
algunas modificaciones al documento.
Se suponía que nos veríamos con
ellos hoy, pero cancelaron la reunión por no sé qué imprevisto. Decidí entonces
recorrer la UNAM. Es gigantesca, tiene una ruta de buses con sus respectivas
paradas para poder atravesarla. Quise hacerlo a pie. Vi al equipo de fútbol
americano entrenando. Pasé por la biblioteca, que se ve desde lejos y tiene
forma de cubo con toda su fachada pintada con símbolos indígenas; luego me
senté en el prado a ver a unos practicantes yoga. Pude reconocer a un grupo de
estudiantes de intercambio suecos que leían, sentados en el círculo, lo que
parecía ser un poema de Lasse Söderberg.
A medio día me dio mucha hambre y salí
de la UNAM, atravesé el Paseo de la Salmonella y me comí unos tacos
vegetarianos y una chamoyada (un granizado de mango con chile, básicamente). Su
sabor es difícil al comienzo pero el paladar termina acostumbrándose y al final
refresca. Es bastante extraño.
Regresé al departamento de Ernesto
en Copilco. Envié unos correos electrónicos y revisé mis redes sociales de facebook y twitter. Me resultan extrañas las noticias de Colombia. Como si
hubiera pasado años por fuera. Empieza un nuevo paro campesino y estudiantil,
asesinaron a un defensor de derechos humanos, hay una tragedia en la Costa
Atlántica, explota un caso de corrupción en las Fuerzas Armadas…
Salí a comprar una sim card (acá le dicen chip) para mi teléfono. Tomé el metro y
salí de nuevo hacia la estación Hidalgo. Siento algo en el pecho, como una
especie de ansiedad por estar en un vagón del metro, estar bajo tierra y
moverme de un lado a otro. Llevo mi medicina por si acaso.
27
de marzo:
En estos días lo más relevante ha
sido que me encontré con Pau, una vieja amiga de España. Con ella habíamos
trabajando juntos en un libro que tuvo una aceptable acogida en Europa. Eran
una serie de fotografías suyas, acompañadas por mis textos, en donde se
narraban historias y crónicas de sus protagonistas. Nos habíamos enfocado en
todo tipo de población y edad. Recuerdo la historia de un inmigrante chileno
que quería ser escritor. Vivía en condiciones realmente difíciles, pero tenía
un talento innegable; se la pasaba enviando cuentos a concursos de ayuntamiento
y de eso vivía, al tiempo que vendía baratijas en la calle o era guardia de
seguridad en una zona de camping. Espero
que él pueda publicar y ganar el reconocimiento que merece.
Quedamos de vernos mañana en la
noche con Pau en su departamento en Tlatelolco, al norte de la ciudad.
29
de marzo:
Ayer en el metro, cuando iba hacia
la estación Garibaldi, vi a una mujer de cuerpo delgado, pantalones negros
apretados, una cintura no muy ancha, culo redondo, piernas delgadas y
torneadas, cabello largo, sedoso y negro. Su rostro no lo pude ver nunca,
estaba de espaldas. Traía un bolso café con una flor amarilla pintada en el
centro. Me llamó mucho la atención.
Pasé la noche con Pau. Yo llevaba
una botella de vino y unos dulces (que originalmente eran para Ernesto, pero
que yo sabía que a ella le encantaban). Nos sentamos y nos pusimos a hablar.
Ella destapó un tequila de almendras que había comprado en Cancún y así estuvimos
bastante rato hablando de política y de libros.
Por cosa de los tragos nos fuimos
acercando y acercando, nos besamos tímidamente. En Barcelona habíamos sido
amantes ocasionales. Yo disfrutaba muchísimo de sus caderas y esos senos
grandes, su cabello castaño oscuro con tintes amarillos en las puntas, su
sonrisa amplia y sincera. Cómo le sentaban ahora estos años en su
haber. Siempre nos entendimos muy bien en la cama y fuera de ella, pero como
amigos. Jamás pensamos en mantener una relación formal, ambos viajábamos mucho
y teníamos una visión diferente de la vida. Preferimos que siga siendo así.
Hicimos el amor varias veces hasta
que las primeras luces de la mañana entraron por la rejilla de la ventana de su
sala. Nos quedamos desnudos hasta el desayuno: huevos, fríjoles, coca cola y
pan tostado. Nos bañamos juntos, lo volvimos a hacer en la ducha y salí con un
aire renovado hacia Copilco. Nos despedimos con un largo abrazo.
En el departamento estuvimos
trabajando con Ernesto hasta la media noche. Hicimos algunos ajustes pero vimos
que necesitábamos salir de la ciudad para tener una perspectiva distinta de
algunos lugares que habíamos utilizado en el guión.
30
de marzo:
Ernesto pidió unos días para
trabajar en el guión, fuera de la ciudad. Yo empaqué mis cosas en una maleta
más pequeña que la que había traído de Bogotá: ropa cómoda, zapatos, algo de
dinero, mis libros, mi computador portátil, mi cámara réflex y esta libreta.
Arrancamos antes del amanecer.
Nuestra primera parada era Valle de Bravo. Me llevo una reconfortante
sensación: las calles son empedradas, las casas y edificaciones pequeñas
conservan un aire colonial. Sé que por ley se deben preservar las fachadas de
las casas. Hasta el Oxxo, por lo menos en su fachada, está conservado con el
estilo colonial.
El clima es bastante agradable,
sobre todo en la noche. Durante la caída de la tarde contemplé el inmenso lago.
Capturé con mi cámara las últimas imágenes que me permitió la luz natural.
Nos instalamos en una bonita posada
con piso en baldosa café, paredes que intercalaban el color naranja y un blanco
desgastado por el paso del tiempo. Tenía un balcón que daba hacia la calle y desde donde se podía ver el
lago. Salimos en la noche a comer tacos en una de las pequeñas calles, a la
vuelta de nuestra posada. Probé los tacos de sesos. Nada del otro mundo, eso
sí, parecía como comer gelatina o “Alpinito de carne”. No considero necesario
tomar mi medicamento, me he sentido muy bien desde mi llegada.
31 de marzo:
«Lo interesante del chile es que si
no te pica a la entrada, te pica a la salida», dice Ernesto. Lo padecí en la
madrugada. El sanitario se encuentra tan pegado a la pared del frente, que la
única forma de sentarse es haciéndolo de lado y descansando los pies en el piso
de la ducha. Pasé una noche difícil y en la mañana no quise desayunar nada.
Pasamos la mañana y el medio día en
un café que daba hacia el lago de Valle de Bravo. Las pequeñas embarcaciones se
movían con parsimonia, como insomnes que salen a la cocina en busca de un vaso
con agua, a mitad de la madrugada. Trabajamos en algunos ajustes al guión.
Antes de salir a almorzar tuve la
impresión de ver pasar por la acera de enfrente a la mujer que estaba en el metro
(vestida de negro, piernas torneadas, culo redondo…) cuando fui al departamento
de Pau en Tlatelolco hace unos días.
1
de abril:
La siguiente parada fue en El Oro,
un pueblo minero que servía de locación para una de las escenas de la película.
Allí queríamos recrear una protesta sindical pero necesitábamos conocer a las
personas del lugar y su forma de expresarse, la forma en la que protestarían
ante alguna injusticia; saber qué celebraciones se realiza y qué tan devoto es
el pueblo para así hacer de la película una obra lo más fiel posible a la
realidad.
Almorzamos en un restaurante que,
para sorpresa mía, tenía puesta música del grupo de salsa colombiana Alquimia.
Llegamos en la noche al D.F.
10
de abril:
Conocí a una actriz que podría ser
la protagonista de la película. Se llama Samanta Romero. De edad indefinible,
es morena y se mantiene en muy buena forma. Es amante de Ernesto. Me cayó muy
bien, es demasiado fresca. Es de Aguas Calientes, Ernesto la llama la “hidro-térmica”.
Salimos Ernesto, Samanta, Pau y yo,
a un bar en la plaza Garibaldi. Había un imitador de Juan Gabriel, muy bueno,
por cierto. Tomamos cerveza con clamato y algunos cocteles. El bar tenía un
escenario en el centro del local pero la banda tocaba en una tarima que quedaba
al lado de la barra, mientras el imitador de Juan Gabriel se paraba en el
centro del escenario que estaba rodeado por mesas llenas de extranjeros y
cantaba a grito herido los clásicos del “divo de Juárez”.
Al acabar la velada me fui a
Tlatelolco con Pau, le tenía muchas ganas. Llevaba un pantalón negro muy ceñido
a esas caderas preciosas, una blusa amarilla que se deformaba de forma
excitante en las puntas de tus redondas tetas, y una chaqueta de cuero muy
corta; se había alisado el cabello… debo admitirlo, de espaldas se parecía a la
mujer del metro.
23
de abril:
He estado muy ocupado trabajando con
Ernesto. Samanta Romero nos ha hecho caer en la cuenta de una serie de errores
en la historia de su personaje y nos enfocamos en crear un pasado más coherente
con el resto de la trama.
Perdí mi medicina, la he buscado por
todos lados y no aparece. Debo conseguir su equivalente aquí en México. Ernesto
prometió acompañarme. No me preocupa tanto, me he sentido bien y he recuperado
parte de mi creatividad.
Pau sale de viaje para Buenos Aires
para una sesión de fotos. La acompañé al aeropuerto y nos despedimos con un
gran abrazo.
27
de abril:
Ya me quedan pocos días en el D.F. Con
Ernesto hemos estado en reuniones con los productores de la película. Ha sido
toda una guerra: quieren incluir a la esposa de un dirigente del PRI en el
papel de Samanta Romero. ¡No fucking way!
Salí a recorrer la ciudad y estuve
andando a pie por la Calle Bucareli.
Tomé el metro en Balderas con
dirección a Copilco. Volví a ver a la mujer. Traía el mismo pantalón negro y su
bolso con una flor amarilla en el centro. Iba de pie y no pude ver su cara. Se
bajó en Centro Médico. Decidí seguirla, no me pude quedar con las ganas de ver
su cara. Traté de igualarle el paso pero había mucha gente y me fue difícil
andar con rapidez. Vi que tomó el metro con dirección a Lázaro Cárdenas y me
subí. Recorrí vagón por vagón y no la encontré. Llegué hasta Pantitlan. ¿Será que nunca se subió y yo lo imaginé o la confundí con otra persona?
28
de abril:
Anoche no pude dormir bien, soñé con
la mujer del metro. Ella estaba a poca distancia y yo la llamaba,
ella giraba su cabeza y sólo veía su cabello negro, largo y alisado. Era como
si no tuviera cara sino cabello y más cabello. Desperté ensopado.
De día aproveché para recorrer todas
las líneas del metro. Avisé a Ernesto que saldría a recorrer la ciudad. Mi
vuelo es en un par de días. Vine a almorzar en un restaurante de la Zona Rosa (es muy
diferente al concepto de zona rosa de Bogotá. Lo vine a saber aquí. No me
desagrada en lo absoluto. Soy muy tolerante). Desde aquí estoy escribiendo en
este diario y tomando algunas notas. Aprovecho la creatividad que me viene en
crecimiento. No he parado de producir ideas. Me cuesta dormir porque, aunque mi
cuerpo está cansado, mi mente se mueve a gran velocidad y parece no querer
detenerse. Hoy no he visto a la mujer del metro.
19
de mayo:
Decidí quedarme unos días más. Me
inquieta saber quién es la mujer del metro. Le he visto 5 veces: el 30 de
abril, el 2 de mayo, el 7 de mayo, 9 de mayo y ayer, 18 de mayo. No he podido
ver su rostro y la pierdo de vista con facilidad. Ernesto se preocupa de más.
Quiere hablar con mis papás. Está sobredimensionando todo y eso no me gusta.
29
de mayo:
Decidí irme del departamento de
Ernesto. Estoy pagando un cuarto amoblado en el centro del D.F. Mi trabajo con
el guión terminó hace rato. Me queda algo de dinero para vivir un tiempo más en
la ciudad. El fuerte del dinero vendrá sobre las ganancias de la película una
vez terminada. Ernesto me consiguió la medicina pero prefiero no tomarla. Tengo
tres cuadernos llenos de ideas y apuntes: dos películas, un seriado, dos
cortometrajes, siete cuentos, veintidós poemas y los personajes y la idea de
una novela. ¡A la mierda Ernesto y su medicina! No los necesito. No necesito a
nadie. Soy mi propio yo. Soy el animal, el espíritu, el hijo, el padre, la
madre, el dios y el diablo. Soy yo por fin.
12
de julio:
Vi a la mujer de nuevo, traía su
cabello largo y muy lindo, su bolso con una flor amarilla en el centro y esos
pantalones negros ceñidos. No me aguanté más y me puse a llamarla a gritos. La
mujer empezó a caminar hacia el siguiente vagón. Muchos pasajeros me mandaron a
callar y no me dejaron acercar a ella, me agarraron del cuello y de los brazos.
Putos. Me bajaron a la fuerza del metro cuando paró en Iztacalco. Era de noche
y decidí salir a caminar para aclarar mi mente y encontrar algo de paz. Fumando
en una acera conocí a alguien, un hippie mugroso, que va para el desierto de
Sonora a un retiro espiritual y dejar todo lo material y mundano, dice él. Tal vez
eso es lo que necesito. No quiero pensar más en la mujer del metro, me
obsesiona, quiero saber quién es, por qué la veo tan seguido, si tendrá novio,
por qué siento que me estoy enamorando de ella, por qué, por qué, por qué…
23
de diciembre:
No voy a entrar en muchos detalles.
Esto es de lo último que escribo antes de guardar para siempre este diario y
todos los cuadernillos (por lo menos los que sobrevivieron al incendio del
amoblado en México). No he vuelto a hablar con Ernesto. Para tratar temas del
guión y la película (que no ha empezado a rodarse y que tal vez nunca se filme)
lo hago por correo electrónico con uno de los asistentes de producción. Se
están tardando más de lo normal en responder.
Sé que Pau está ahora en Canadá
dictando un taller de fotografía y exponiendo un nuevo libro. Hemos cruzado un
par de mensajes por facebook.
Hace un tiempo volví a Bogotá, a
casa de mis papás, para retomar el tratamiento. Doblaron la dosis de mi
medicina y no he tenido un solo episodio de alucinaciones hace meses. He
progresado mucho pero me he quedado muy corto de ideas. No he vuelto a escribir
guiones, pero publicaron algunos de mis poemas en una revista de México y estoy
negociando con una editorial en Chile que quiere lanzar una antología poética con
dos de mis poemas escritos en México, este año.
12
de febrero:
Hoy en Transmilenio vi a la mujer
del metro. Se cortó un poco el cabello, pero es apenas perceptible. Lleva su
pantalón negro y su bolso con una flor amarilla en el centro. No sé cómo me
encontró pero me alegra que lo haya hecho.
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