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Maldita dulzura la tuya...

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He llegado a pensar que no es culpa mía sino tuya... tú y tu maldita dulzura.  Maldita dulzura la tuya... Aquella noche fría iba acompañada de unas tristes y mediocres gotas de agua que parecían venir de todas direcciones. Tú me esperabas de pie frente a la tienda de discos donde nos conocimos. Me disculpé por la demora y sólo sonreíste mientras me ofrecías un cigarrillo de tu cajetilla. Te paraste frente a mí, quise abrazarte pero mis brazos no respondieron, quise besarte pero mis labios no despertaron. Caminamos hasta encontrar ese viejo bar de jazz que tanto nos gustaba. Pediste una cerveza y yo un café que fuera tan caliente que acabara con el frío que congelaba mis huesos. Me mirabas con ternura al hablar, reías al escuchar mis historias. Por un momento el universo conspiró y fue perfecto. Por un momento Dios existió y hasta sentí que tocó mi hombro. Todavía recuerdo la primera vez que te vi en la tienda de discos. Tú, escogiendo un disco de Miles Davis. Yo, buscand

A la memoria de un héroe

Danny se levanta a las 4 de la mañana, se dirige a la cocina a preparar su desayuno, un pocillo de café y dos panes. Mientras el agua hierve, se mete bajo la ducha para darse un baño con agua fría. Sale a tiempo para apagarle al agua y adicionar una cucharada de café instantáneo, sale al patio, baja la ropa de la cuerda y se la pone en su cuarto. Antes de salir de su casa, pasa por el cuarto de su mamá, se despide, y ella, con la ternura y el cariño que sólo una madre puede tener, le hace la señal de la cruz y le da un beso en la mejilla. -Que le vaya bien papito -dice ella mientras se sienta en la cama y se pone sus chancletas- a medio día le llevo el almuercito donde don Luis. -Gracias viejita. María, la madre, con su pelo ya teñido de blanco y algunos kilos de más, se levanta para tender su cama, arreglarse, y ponerse a hacer empanadas para vender en la puerta de su casa. Sabe que tiene que preparar muchas, pues su clientela son los vecinos que salen todos los

Vodka & Cigarettes

El sitio estaba lleno de personas, al igual que la única zona para fumadores del bar, su luz roja y el techo destapado, permitían apreciar el majestuoso movimiento del humo que salía de la boca de Patricia y subía en forma de manto hacia las nubes… Mario tenía en su mano derecha un vaso lleno de vodka y salió a la zona de fumadores para “tomar aire fresco” (realmente quería alejarse un poco de sus amigos habituales de fiesta y estar solo un momento para pensar claramente). En su mano izquierda, un cigarrillo sin filtro esperaba a ser prendido para ir regando sobre el ambiente y el cuerpo de Mario toda su nicotina. -Mierda, no tengo encendedor –dijo en voz alta involuntariamente. -Toma, puedes prenderlo con el mío –dijo una voz dulce y delicada. Mario dio media vuelta y vio a Patricia, quien se había alejado de su grupo de amigos por las mismas razones, “tomar aire fresco”. Ella traía una camiseta blanca con un estampado de la carátula del disco de The Clash, London

Soledad

Hace un par de noches leí una nueva entrada en el Blog de un amigo mío, Cristian, y realmente me impactó la belleza de su escrito. Después de haberlo leído unas cuantas veces estuve un rato pensativo, con la mirada perdida, sin enfocarme en el más mínimo detalle, simplemente reflexionando acerca de la soledad. Aunque suene contradictorio (e incluso ridículo para algunos), soy alguien quien ve en la soledad una compañía única, inmejorable y tranquilizante. Lo sé, suena un poco extraño, pero ¿Acaso no somos todos extraños a los ojos de los demás cuando hacemos lo que queremos y no lo que los demás esperan que hagamos? ¿En qué parte del “contrato con la vida”, que nos obligaron a firmar justo al momento del alumbramiento,   dice que para ser feliz debo estar a todas horas en compañía de una pareja, amigos, o familiares? ¿Es un delito querer estar solo? Desde siempre nos han vendido un concepto, y es ver a la soledad como un ser tremebundo, una criatura amorfa, extraña, sombría, que

La Carta

Bogotá, 13 de septiembre de 2011.             Mi hermosa Laura:              Me llamo Antonio Suarez, nací el 1 de marzo de 1971 en Génova, Quindío. Esta es mi verdadera historia.             De niño vivía en una finca cafetera de unas dos fanegadas aproximadamente. La casa tenía una estructura en madera reforzada con guadua, lo que la hacía firme y duradera, el piso estaba formado por tablas largas de pino viejo que rechinaban con cada paso, aquel sonido nunca fue molesto para mi (todo lo contrario, siempre que escucho el rechinar de algún piso en madera evoco de manera instantánea mis mejores tiempos en ese mágico lugar donde crecí). Sus paredes fuertes construidas en bahareque (una mezcla de barro con estiércol de vaca unida por medio de una estructura hecha con astillas de guadua) y pintadas con cal la hacían el sitio perfecto para vivir una infancia eterna.             Mi madre había muerto cuando yo tenía cinco años de edad a causa de una infección pulmonar qu