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Ambulante

En la estación de Transmilenio, Salitre - El Greco , se subió, en la ruta B16, que va desde el portal El Dorado hasta el Terminal, en el norte de la ciudad, un hombre de traje, sin corbata, con escaso cabello entrecano, barba blanca de tres días y ojeras de no haber dormido en una semana entera. Dijo él, desde el centro del bus articulado: «Buenas noches, damas y caballeros. De antemano les ofrezco disculpas si los incomodo de alguna forma, pues no es mi intención hacerlo. Vengo a quitarles cinco minutos de su valioso tiempo. Soy bogotano, tengo 49 años. Trabajé durante 25 años en una empresa de jabones que seguramente recordarán por el comercial del oso de peluche que se mete bajo ducha, tararea una canción mientras se baña y luego queda muy limpio. Llegué en el 90 siendo operario de una máquina mezcladora de productos químicos y luego fui ascendiendo, con mucho esfuerzo, hasta llegar a ocupar uno de los cargos más importantes dentro de la compañía. Con mi esposa llevaba 15 años de

El Punk no muere [Parte II]

Judy despertó como todos los sábados, en medio de un ligero dolor de cabeza y algo de náuseas, producto de la mezcla de alcohol ingerido la noche anterior. Estaba desnuda, tapada apenas con una cobija. Miró a su lado y encontró a Danny -su novio- quien curiosamente no había tomado más que un par de cervezas con ella anoche. Ella lo observaba con algo de esa ternura juvenil que se va perdiendo con los años. Empezó a acariciarlo y él, abriendo lentamente sus ojos, fue respondiendo a sus llamados. Hicieron el amor, pero no como muchas veces, de forma salvaje y llevados por un deseo casi animal; esta vez hicieron el amor con mucha ternura, disfrutando cada caricia lenta, cada sutil movimiento. Ella habría de recordar por siempre este momento. Acabaron, se bañaron juntos y prepararon un desayuno rápido. Para esta hora de la mañana de sábado, el dolor de cabeza ya le había pasado a Judy. Danny no había tomado pues debía trabajar en el banco, medio día. «Esta noche no habrá toque. Los muchac