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Mostrando entradas de agosto, 2016

Madre tierra

A José Isidoro, mi papá abuelo Mis momentos de cordura son cada vez más escasos. Por lo menos todavía estoy en la capacidad de distinguir entre una alucinación y un momento de lucidez. Mis ochenta y un años me sirven de referencia: si veo a mi madre, Alicia, sé que estoy alucinando; si veo mis manos decrépitas y el resto de mi cuerpo enjuto y vetusto, sé que estoy en la realidad.    Aunque la Levadopa controla los temblores en mis manos, y el Razadin hace que no olvide tan pronto las cosas, he de sucumbir entre movimientos involuntarios y una mente completamente en blanco mientras espero el llamado de mi Dios. Por fin sabré qué hay más allá de este camino tortuoso e infernal llamado vida.    La tierra me espera. En ella habrá de pudrirse este cuerpo maltrecho; en ella habré de nacer de nuevo. Y entonces allí, abajo, sobre bultos de tierra fértil, probaré con mi lengua sus sollozos, palparé sus lamentos entre mis dedos y oleré la tristeza de los que me amaron y amé, aunque ya