Madre tierra

A José Isidoro, mi papá abuelo

Mis momentos de cordura son cada vez más escasos. Por lo menos todavía estoy en la capacidad de distinguir entre una alucinación y un momento de lucidez. Mis ochenta y un años me sirven de referencia: si veo a mi madre, Alicia, sé que estoy alucinando; si veo mis manos decrépitas y el resto de mi cuerpo enjuto y vetusto, sé que estoy en la realidad.
   Aunque la Levadopa controla los temblores en mis manos, y el Razadin hace que no olvide tan pronto las cosas, he de sucumbir entre movimientos involuntarios y una mente completamente en blanco mientras espero el llamado de mi Dios. Por fin sabré qué hay más allá de este camino tortuoso e infernal llamado vida.
   La tierra me espera. En ella habrá de pudrirse este cuerpo maltrecho; en ella habré de nacer de nuevo. Y entonces allí, abajo, sobre bultos de tierra fértil, probaré con mi lengua sus sollozos, palparé sus lamentos entre mis dedos y oleré la tristeza de los que me amaron y amé, aunque ya no los recuerde.
   Ella, la tierra, atrapa mi cuerpo, me abraza tal como lo hizo mi madre, Alicia, después del alumbramiento. No tengo miedo. Siento otra vez sus brazos apretando mi ser. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Al mismo tiempo

Ambulante

Saltar o no saltar